El de los humanos

«Pobrecitos los humanos… Los lanzan al mundo violentamente y no saben de dónde vienen, ni qué se espera que hagan, ni en cuánto tiempo deben hacerlo. Ni adónde irán a parar después. Pero benditos sean; la mayoría se despierta cada día y sigue intentando encontrarle un sentido a las cosas. Es imposible no quererlos, ¿verdad? Lo que no entiendo es por qué son tan pocos los que se vuelven locos de remate.» Tía Elner, 1978.

Muchas teorías religiosas se remiten a la complejidad del ser humano como validación de que su existencia no es fruto de una mera casualidad. Y no puedo dejar de preguntarme, ¿qué es la casualidad?, el concepto, ¿realmente existe, como una entidad propia?, ¿no es más bien una de las infinitas posibilidades que pueden darse?

Su definición es en teoría el hecho de que haya sido esa probabilidad la que haya sido, y no otra. Pero bien podría haber sido otra, con lo que no tiene ningún sentido llamar al haber sido de la que ha sido de ninguna manera específica. Como mucho podemos decir que era menos probable, o más probable. Pero la definición de casualidad -que inherente y paradojicamente confiere a aquello a que se refiere un carácter sobrenatural y del sino y de gran importancia (aunque engañosamente aboga por lo contrario de todas estas cosas)- es una patraña. Las casualidades, como las no casualidades, no existen. Solo existen probabilidades que se dan y probabilidades que no se dan.

En fin, esta perorata completamente redundante y empalagosa, venía a cuento de la complejidad del ser humano en sí, y a que el hecho de que el ser humano sea de una manera y no otra, y sea algunas cosas y otras no, no es fruto más que de una sucesión de reacciones químicas y biológicas y físicas que han derivado en lo que es ahora. Y esa sucesión de reacciones, de evoluciones, es tan larga (entendiendo larga desde nuestra subjetividad completamente relativa a la grandeza o pequeñez de las cosas, ya que, por ejemplo, comparada con el concepto de infinidad, la longitud del proceso de evolución humana no sería en absoluto «larga»), y en fin, que es esta sucesión tan larga, que su resultado no es sino un complejísimo entramado de reacciones de muchos y diversos tipos.

Y resulta gracioso pensar en nuestro empeño -fútil, la mayoría de las veces- en comprender dicho entramado. Y estaba yo pensando en estas cuestiones y en otras cuando de pronto pensé que quizá no estaba el problema en la complejidad del asunto ni del objeto de estudio, que sería en este caso el humano en sí, si no en la forma en que inconscientemente abordamos cualquier cuestión.

Piense uno en cuando tiene un problema, de la índole que sea. Si esa persona es una persona a que gusta pensar y buscar soluciones, tratará de racionalizar siempre el problema, de «bajarlo a tierra», de «ponerlo sobre el papel», y entonces recabará sobre el problema y lo definirá, lo «identificará», para luego poder pensar sobre ello y encontrar una posible solución. Y aunque la mayoría de las veces este método es útil y hace que uno pueda analizar el problema y respirar tranquilo, al cabo de un tiempo si el problema no ha podido resolverse del todo, volverá a aparecer. Y no puedo dejar de pensar, como he dicho, que quizá, el problema de esto, no sea el problema que tengamos en sí ni la complejidad de los humanos, si no la manera de abordarlo.

Hace ya muchos años, allá por 2013, escribí una entrada que llamé «A propósito de Henry». A día de hoy sigue siendo una de mis preferidas. En esta entrada hablaba yo del problema de olvidar a una persona, o una sensación, u olvidar, en fin, cualquiera cosa. Y llegué a la conclusión de que la tesitura del asunto no radicaba en olvidar en sí, ya que la dificultad de olvidar depende más de la capacidad para cambiar un pensamiento por otro y rechazar el primero. Llegué, como digo, a la conclusión de que lo dificil no es olvidar, si no querer olvidar, aceptar un final y decidirse a pasar página. Y si entonces cuando queremos olvidar algo, pensara uno en cómo querer olvidar, cómo decidir que realmente quiere uno olvidar, estaría uno enfocando el problema de manera correcta y mucho más efectiva.

Es un poco como dejar de fumar. Lo dificil no es dejar de fumar: es realmente querer dejar de fumar, decidir de verdad hacerlo.

Y en fin, con cualquier problema que nos ronde estaba pensando yo un poco en la misma sintonía: quizá no sean los problemas en sí lo que nos dificulta enfrentarnos a ellos si no la manera que tenemos de abordarlos, la manera en que nos sale enfrentarnos a ellos, la manera en que buscamos soluciones: pensando en el problema.

Y a esta conclusión he llegado al darme cuenta de que pensando en alguna preocupación, estaba pensando yo en qué había causado esa preocupación -la raíz del problema- y en qué había derivado esa preocupación -la consecuencia del problema-, y me di cuenta, también, que siempre había procedido de esta manera ante las dificultades. Y en ocasiones funcionaba, y en ocasiones no lo hacía. Y caí también en la cuenta, que yo definía esta forma de abordar las cuestiones como un «estudio» de lo que me sucedía a mí. Y cuando leí recientemente algo sobre la filosofía de meditación budista, que decía que la base de la meditación y de la paz y tranquilidad con uno mismo, era aceptar lo que venía, pensé, ilusa y arrogante de mí, que mi forma de afrontar la vida, mi forma de afrontar los problemas, tenía en verdad una relación con esto y no debía, por tanto, estar del todo equivocada (entendiendo la equivocación de nuevo desde nuestra perspectiva subjetiva que no tiene en verdad nigún sentido ya que la equivocación como tal, a no ser que fuera todo una estructura sólida real con lo que pudieran casar o no las cosas y entonces si no casaran sí sería eso una equivocación, pero al ser este mundo un mundo líquido y la sociedad una sociedad líquida y los tiempos unos tiempos líquidos, entonces la equivocación como tal no puede existir).

En fin, que leyendo las bases de la filosofía budista pensé que no estaría yo del todo equivocada y que al acercarme a los problemas para definirlos y analizarlos estaba de alguna manera aceptándolos «como venían». Pero pensando más intensamente en ello, mis deducciones han sido que a lo que la filosofía budista se refiere no es a aceptar «el problema» como tal, como un ente completo, si no a aceptar cómo estamos nosotros en este momento presente.

Y entonces pensé que quizá mi forma de enfocar y enfrentar los problemas podría sufrir un upgrade que me ayudara en mayor medida a enfrentarme a ellos: cambiando la forma de abordarlos, aceptando cómo se siente uno en el momento. Y si se siente triste, siendo consciente de que se encuentra uno triste y si se siente solo siendo consciente de que se encuentra uno solo y si se siente desamparado o perdido como un niño de ropas hajadas en medio de una tormenta en una ciudad ajetreada, si se siente uno así, aceptarlo y reconocerlo y saber que uno se siente así.

Y quizá ese sea el principio del enfrentamiento con todo. Quizá. También pienso que he pensado todo esto a raíz de plantearme la complejidad del ser humano que vi plasmada, de manera pasmosamente brillante y crudamente verídica, en la representación de Joaquín Phoenix del Joker, que fui a ver ayer por la noche. Y en fin, como decía la buena de la tía Elner… Pobrecitos los humanos… Lo que no entiendo es por qué son tan pocos los que se vuelven locos de remate.